DIÁLOGO DE DIFUNTOS. (Celebración del Día de los Difuntos)

Coincido con todos los que dicen que las fotografías han de explicarse por sí solas; que no es necesario siquiera un título. Pero como toda ortodoxia, esa afirmación depende de muchas matizaciones. Porque me gusta practicar la fusión de fotografía y literatura, de tal forma que una imagen pueda provocar un poema, relato, cuento..., o al revés, o sea, que un poema o relato tome forma a través de una imagen.
Este año, en mi celebración del Día de los Difuntos (frente a otras festividades que nos llegan de lejos), os propongo la fotografía y el breve texto teatral, concebidos y creados en conjunto y la clara intención de que se complementen y sean considerados como una sola cosa.


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DIÁLOGO DE DIFUNTOS

ACTO ÚNICO

1

(La escena representa una plaza cualquiera de un lugar cualquiera. Eso sí, es una plaza muy viva, con niños jugueteando por todos los rincones, turistas curiosos que, sin pudor ni respeto, pisotean, toquetean, e, incluso, no pocas veces, deterioran plantas y mobiliario urbano; algunos perros que corretean, brincando alrededor de sus dueños y persiguiendo las varias pelotas con las que los críos compiten en ligas imposibles. Un pequeñuelo corre detrás de un balón de vivos colores que llega hasta una mesa merendero, con dos bancos corridos, uno a cada lado de la misma. Al llegar a ella, el balón para bruscamente y es devuelto al pequeño como si fuese impulsado por un pie invisible.
Cuando comienza la acción, podemos observar cómo, de repente, milagrosamente, aparecen, sentados en los bancos a ambos lados de la mesa, ÉL y ELLA)

ELLA.- ¡No hagas eso, hombre! ¡Pobrecito, se va a asustar!

ÉL.- Ya, ya ves todo lo que se ha asustado. Míralo, jugando como si tal cosa.

ELLA.- (Tras una pequeña pausa, suspira) Aquí me trajiste en nuestra primera cita. ¿Recuerdas?

ÉL.- ¿Cómo lo voy a olvidar? Aquellos tonteos en los guateques, en los que sólo me fijaba en tí, y únicamente quería bailar contigo. Las demás chicas me importaban un pepino. Y esa atracción pronto se convirtió en el convencimiento de que lo que más deseaba en el mundo era pasar mi vida contigo. Y un día me dije: ¿qué eres un hombre o una gallina? Y me tomé dos cubatas, casi en dos sorbos, y corriendo, antes de que mis inseguridades me paralizasen, me planté delante de tí y te espeté, sin importarme el grupito de amigas que reían contigo: ¿quieres salir conmigo?

ELLA.- (Ríe, y lanza su brazo para tomarlo de la mano) Qué lástima que no existiesen aún los móviles, porque mi cara tuvo que ser un poema épico. Desde luego mis amigas se partían de la risa.

ÉL.- (Ríe igualmente, contagiado de ella, y coge la otra mano de Ella, quedando ambos entrelazados) Sí, me dijiste, poniéndote roja como un tomate.

ELLA.- Y quedamos para el día siguiente, al salir de clase por la tarde.

ÉL.- Nunca el tiempo había pasado tan lento como aquél día. Cuando terminó la última clase, corrí hasta tu instituto, temiendo que se te hubiera olvidado la cita y te hubieses ido. Al llegar, casi sin resuello, estabas esperándome, sentada en el poyete, al lado de la parada de autobuses. Jamás me habías parecido tan hermosa.

ELLA.- Sentada, porque me temblaban las piernas. Tú llegaste, sofocado, jadeando, y, de repente, se acabaron los temblores, y en mí nació el convencimiento de que lo que más deseaba en el mundo era pasar mi vida contigo.

ÉL.- Tomamos el autobús, y fuimos a los jardines de al lado de la parada. Compramos un paquete de pipas y compartimos una lata de refresco. El merendero estaba vacío, y aquí nos sentamos. Bueno, éste, no, el que había entonces. En una de las ocasiones que fuimos los dos a coger la lata nuestras manos tropezaron, y se unieron. Nos reímos, nerviosos, turbados por la situación. Y nuestros ojos se atrajeron mutuamente, y así permanecimos no sé cuánto tiempo, hasta que nos besamos.

ELLA.- Nuestro primer beso. Torpe, inseguro, inocente, pero también el comienzo de la creación del mundo. De nuestro mundo.

ÉL.- Y entonces supe que…

ELLA.- Nos dimos cuenta de que…

ÉL Y ELLA.- …lo que más deseaba en el mundo era pasar mi vida contigo”


2


ÉL.- La culpa fue mía. No, no digas nada. Ya, ya sé que lo hemos hablado miles de veces, pero ese pensamiento no se me ha ido en toda mi vida. Ese empeño mío en que parieses en casa, a pesar de que se sabía que el parto iba a ser complicado casi te mata. Sí, ya, ya sé que en esos años era lo normal, tener a los hijos en el domicilio, pero yo no he podido dejar de sentirme culpable. Debí hacerle caso a Ernesto, que, además de médico, era un buen amigo. Me aconsejó que el parto, en tu caso era más conveniente en la Residencia Sanitaria. Pero mi orgullo y cabezonería pudieron conmigo. En nuestra familia las mujeres siempre habían parido en casa, en su cama. Y ahora me veía en la azotea sintiéndome inútil, sin saber qué hacer, ni en qué podría ayudar. Había tenido que subir, a tomar aire, a respirar, porque me estaba quedando sin aliento, sin vida, sin fuerzas. Allí me encontró Ernesto.
-¡Ah, estás aquí! Te estaba buscando. Alguien me informó de que habías dicho que subías a la azotea, -me dijo.
-Tenemos que hablar, -continuó-, esto es muy serio. Piénsalo bien antes de contestar.
Y supe que algo no iba bien. Que algo horrible iba a suceder.
-Escúchame atentamente…
No recuerdo nada, sólo una, no sé si larga o corta, charla de mi amigo, el médico, pero sí entendí lo que me dijo, sí lo entendí. Sí lo entendí…
-Así están las cosas. Piénsatelo. Entiendo la dureza de la decisión, pero así están las cosas: en caso de que sólo podamos salvar a uno de los dos, ¿qué hacemos, la madre o el hijo?
Y entonces entendí que sin ti la vida no tenía sentido.

ELLA.- La madre, dijiste. Salva a mi mujer. Yo hubiera dado cien, mil, un millón de. veces la vida por mi hijo. Pero nuestro hijo salió adelante. Con mucho trabajo, pero salió. Yo…, yo, bueno, tardé seis meses en volver a andar, pero mereció la pena; por supuesto que valió la pena. Luego vinieron la niña y el pequeño, que desgraciadamente murió en el parto. Éramos aún muy jóvenes, en esos años nos casábamos demasiado jóvenes. Y la vida se nos echó encima sin pensarlo, sin que fuéramos demasiado conscientes del camino que habíamos emprendido. Pero teníamos ganas, y comenzamos la ruta con rabia, con ganas, casi a bocados.
No nos fue mal. Podía haber sido peor, pero no nos fue mal. Y, sin darnos cuenta, nos vimos en las ceremonias de graduación de nuestra hija y nuestro hijo, las dos casi a la vez. Nunca te había visto tan feliz. Tan feliz, tan feliz, que te cogiste una buena cogorza en ambas. Un día, de los muchos, que todo hay que decirlo, en que nos peleamos, te reproché que hubieras bebido más de la cuenta, y me dijiste que había sido por la felicidad tan enorme que sentiste. Que esa ceremonia significaba que lo habíamos hecho bien, que ya podíamos sentirnos satisfechos porque habíamos preparado tanto a la una como al otro para la vida que se les venía encima. Mientras que me decías esto, dos gruesos lagrimones resbalaban por tu mejilla, dos lagrimones que significaban una vida de preocupaciones, alegrías, también llantos, y amor, mucho amor. Supe enseguida que eran de felicidad, sentí una enorme ternura y te abracé, llorando también.​
Y entonces entendí que sin ti la vida no tenía sentido.

ELLA.- Casi sin darnos cuenta, la vida nos atrapó y envolvió, la niña se casó, y el mayor no quiso: nunca fue religioso y no le importan esas cosas. Y su pareja es de la misma cuerda, así que todos felices. Pronto llegaron nuestros nietos, y volvimos a descubrir lo que es vivir permanentemente preocupados, volvimos a sentir la ternura del abrazo a un pequeño, a sentir el orgullo de compartir sus pequeños logros, que para ellos eran muy grandes.

ÉL.- ¡Estáis chochos con vuestros nietos!, nos decían nuestros hijos siempre. Pero no importaba, éramos felices.

ELLA.- Y, sin darnos cuenta, llegamos a las puertas de la vejez, y, no sin cierta aprensión, cruzamos su umbral, para entender que tampoco era tan tremendo, y que la vida en esos momentos tenía un sabor agridulce, que llegaba a gustarte con el tiempo, porque descubrimos que habíamos llegado a complementarnos de tal forma que conseguíamos que incluso los momentos más duros pasasen sin hacernos merma.

ÉL.- Para entonces…

ELLA.- …ya sabíamos…

ÉL Y ELLA.- (Mirándose) Que sin ti la vida no tenía sentido.

3

ÉL.- Bueno, ¿y ahora?

ELLA.- ¿Ahora? Ahora, no sé. Nosotros ya no estamos.

ÉL.- ¿Nos vamos, entonces?

ELLA.- Sí. Nos vamos.

(Se levantan, cogiéndose de la mano, y, sin mirar atrás, emprenden el camino, sonriendo, felices y satisfechos, porque saben que continúan viviendo en el recuerdo de todos aquellos que los quisieron, los quieren y los querrán siempre)

TELÓN
En recuerdo de todas esas personas que continuamos amando, a pesar de su ausencia.
 
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