Efectivamente, se trata de un relato sugerente y un acierto fotográfico notable.
Los tres elementos presentes en la escena —el automóvil, la señora y el gato— operan en dimensiones espaciales autónomas. Cada uno, desde su propio "territorio" contextual (las superficies), produce y reproduce un cruce de miradas.
Para comenzar, el automóvil pintado en la puerta de la cochera se intersecta visualmente con la figura de la señora, silueteada en azul sobre el pavimento, captada justo en el instante en que transita desde la calzada hacia la vereda. En ese paso, establece un sutil "guiño" al automóvil, reforzado por el parecido formal entre la punta de sus zapatos y el capó del vehículo. Esta misma punta señala hacia el gato pintado en el muro, que se posa justo en el límite de la vereda y devuelve la mirada hacia el automóvil, cerrando así el ciclo visual y llevándonos de regreso al punto de partida.