franvelasco
Fujista Participante
Hola! Me llamo Fran Velasco. Vivo en Madrid con mi esposa Cecilia, mis hijos Max y Oli y una gata llamada Petra. Me gusta viajar tanto como sea posible, diseño cosas en Seabell Studio, llevo mi cámara a todas partes, toco el bajo, me encantan/odio las redes sociales, colecciono libros de Marvel y Hot Wheels, y comería pizza todos los días.
Creo que es un buen resumen de quién soy antes de soltar un poco mi viaje en la fotografía.
Llevo haciendo fotos desde que con 16 años me encapriché de una digital que hacía fotos de 640x480px porque pensaba que sería mejor que las de carrete que usábamos en Plástica en el instituto. Como no hacía las fotos como las que veía en internet la cambié por una Kodak de 2mpx que costaba más que una Fuji de entrada a día de hoy y aún así no me convencía. Sobre todo porque esas fotos eran escaneados de película de 35mm o medio formato, pero ¡qué iba a saber yo a esa edad de fotografía!
Tras otras dos compactas Nikon y Canon, decidí dar el salto en 2007 a una Canon 400D que me enseñó mucho sobre ver el mundo y estar siempre buscando la foto, cosa que siempre he hecho, lleve o no la cámara encima. Supongo que es deformación profesional, soy diseñador y la estética siempre me ha atraído.
Por aquella me dedicaba a montar andamios –¡la vagancia de perseguir tus sueños o mejorar en la vida!– así que como ganaba mucho dinero, en 2009 me compré una cámara semi-profesional, una Canon 7D y unos cuantos objetivos de pata negra, desde los 12 a los 200mm, de esos con el aro rojo, flashes, disparadores... En los ratos libres tocaba en una banda y estar siempre en conciertos parecía llevarse bien con hacer fotos de bandas, así que por ahí tiré durante unos años.
En dos años estaba haciendo reportajes para bandas y entre las fotos y los conciertos, fui conociendo a mucha gente del mundillo e incluso tuve alguna temporada en la que vivía de ello. Una vez más, pica aquí y pica allá me llevó a probar el reportaje de bodas. Aquí ya me había pasado al full frame con una Canon 5D MkII y un buen arsenal de cacharros.
Cosas de la vida, cuanto más me metía en la foto, más me tiraba el hacer dibujitos y logos y portadas de discos, así que en 2012 decidí perseguir mi sueño y dedicarme al diseño a tiempo completo. La foto volvía a ser un hobby y los objetivos y cámaras secundarias cada vez tenían menos uso.
Cuando en 2014 conocí a mi esposa, hacer fotos era un placer personal, nada de presiones de entregas ni citas ni clientes ni nada. Con mi trabajo establecido de diseñador, cargar con un cuerpo reflex cada vez era más tedioso, pero aún así siempre salía con el trasto y un 50mm. Ese combo me dio muchas alegrías muchos meses seguidos, pero se me hacía un poco largo para el día a día, así que pensar en un 35mm me daba hasta escalofríos de emoción.
Saltamos a 2016, año de boda, año de viaje de novios, año de muchos más viajes en avión, año de no cargar con un ladrillo para hacer fotos para mí. Busqué y busqué y tras vender media tonelada de cacharros, me compré una X-T1 con un 14mm f2.8 y un 23mm f1.4. El 23mm fue mi favorito hasta que volví a probar el 35mm f2 y ahora es algo cíclico, por temporadas uno y otro. El 14mm se fue para hacer hueco a un 16mm f2.8 y el 23 f1.4 hará lo mismo para dejar su puesto al 23mm f2.
Siendo padre de niños pequeños, es complicado salir con bolsa no solo por ser otro bulto, sino porque conlleva cambios de objetivos y ahora la vida no permite esos lujos de momento: sillita para uno, la mano para el otro, la bolsa de pañales, la botella de agua, la chaqueta de uno, la mantita de otro...
Como todo en la vida, las cosas van y vienen, pero la fotografía sigue y siempre seguirá ahí, independientemente del trasto que se use para capturarla!
¡Fin del tocho!
Creo que es un buen resumen de quién soy antes de soltar un poco mi viaje en la fotografía.
Llevo haciendo fotos desde que con 16 años me encapriché de una digital que hacía fotos de 640x480px porque pensaba que sería mejor que las de carrete que usábamos en Plástica en el instituto. Como no hacía las fotos como las que veía en internet la cambié por una Kodak de 2mpx que costaba más que una Fuji de entrada a día de hoy y aún así no me convencía. Sobre todo porque esas fotos eran escaneados de película de 35mm o medio formato, pero ¡qué iba a saber yo a esa edad de fotografía!
Tras otras dos compactas Nikon y Canon, decidí dar el salto en 2007 a una Canon 400D que me enseñó mucho sobre ver el mundo y estar siempre buscando la foto, cosa que siempre he hecho, lleve o no la cámara encima. Supongo que es deformación profesional, soy diseñador y la estética siempre me ha atraído.
Por aquella me dedicaba a montar andamios –¡la vagancia de perseguir tus sueños o mejorar en la vida!– así que como ganaba mucho dinero, en 2009 me compré una cámara semi-profesional, una Canon 7D y unos cuantos objetivos de pata negra, desde los 12 a los 200mm, de esos con el aro rojo, flashes, disparadores... En los ratos libres tocaba en una banda y estar siempre en conciertos parecía llevarse bien con hacer fotos de bandas, así que por ahí tiré durante unos años.
En dos años estaba haciendo reportajes para bandas y entre las fotos y los conciertos, fui conociendo a mucha gente del mundillo e incluso tuve alguna temporada en la que vivía de ello. Una vez más, pica aquí y pica allá me llevó a probar el reportaje de bodas. Aquí ya me había pasado al full frame con una Canon 5D MkII y un buen arsenal de cacharros.
Cosas de la vida, cuanto más me metía en la foto, más me tiraba el hacer dibujitos y logos y portadas de discos, así que en 2012 decidí perseguir mi sueño y dedicarme al diseño a tiempo completo. La foto volvía a ser un hobby y los objetivos y cámaras secundarias cada vez tenían menos uso.
Cuando en 2014 conocí a mi esposa, hacer fotos era un placer personal, nada de presiones de entregas ni citas ni clientes ni nada. Con mi trabajo establecido de diseñador, cargar con un cuerpo reflex cada vez era más tedioso, pero aún así siempre salía con el trasto y un 50mm. Ese combo me dio muchas alegrías muchos meses seguidos, pero se me hacía un poco largo para el día a día, así que pensar en un 35mm me daba hasta escalofríos de emoción.
Saltamos a 2016, año de boda, año de viaje de novios, año de muchos más viajes en avión, año de no cargar con un ladrillo para hacer fotos para mí. Busqué y busqué y tras vender media tonelada de cacharros, me compré una X-T1 con un 14mm f2.8 y un 23mm f1.4. El 23mm fue mi favorito hasta que volví a probar el 35mm f2 y ahora es algo cíclico, por temporadas uno y otro. El 14mm se fue para hacer hueco a un 16mm f2.8 y el 23 f1.4 hará lo mismo para dejar su puesto al 23mm f2.
Siendo padre de niños pequeños, es complicado salir con bolsa no solo por ser otro bulto, sino porque conlleva cambios de objetivos y ahora la vida no permite esos lujos de momento: sillita para uno, la mano para el otro, la bolsa de pañales, la botella de agua, la chaqueta de uno, la mantita de otro...
Como todo en la vida, las cosas van y vienen, pero la fotografía sigue y siempre seguirá ahí, independientemente del trasto que se use para capturarla!
¡Fin del tocho!