Una cámara pequeña, un país inmenso y una forma distinta de mirar.
Convendrás conmigo, querido fotógrafo, en que una de las mayores dudas que nos asaltan al viajar es qué equipo llevar.
Antes de seguir, un par de advertencias —o descargos, como queráis llamarlo—:
La primera, no viajé a China para hacer fotografías. La segunda, la cámara no me la han regalado: la compré con mi dinero, y eso me da plena libertad para opinar.

Para este viaje opté por llevar únicamente la Fujifilm X-Half. Por reto personal, por comodidad y por la necesidad de confirmar que había hecho la compra que creía haber hecho, pese a las muchas voces que la critican —con o sin razón—.
Primeras impresiones
Mis primeras pruebas con la X-Half en Madrid no fueron alentadoras. Más tarde, en Benidorm, pude dedicarle tiempo y empecé a descubrir sus virtudes… y también sus defectos. Nos estábamos conociendo, y con este viaje a China puedo decir que, por fin, nos entendimos.
El propósito del viaje no era fotografiar, sino caminar, observar y disfrutar. Aun así, en cada desplazamiento, la X-Half venía conmigo. No como herramienta de trabajo, sino como una compañera discreta, ligera y curiosa.

Recordar qué significa fotografiar
Lo interesante de esta pequeña cámara no es solo su tamaño o su diseño —a medio camino entre lo clásico y lo experimental—, sino su manera de recordarte qué significa realmente fotografiar. Mi intención era comprobar si, más allá de sus peculiaridades, podía ofrecer una experiencia auténticamente fotográfica. Y lo cierto es que sí: evoca con sorprendente fidelidad la sensación del disparo analógico. Me ha hecho sonreír muchas veces, y enfadarme unas cuantas también.
Disparar SOOC (straight out of camera) —sin editar ni corregir— es volver a lo esencial: observar, esperar y aceptar lo que sucede. En una época saturada de pantallas y posprocesos, la X-Half propone algo tan simple como refrescante: confiar de nuevo en el instante.
China: el reto perfecto
China no era el lugar más sensato para probar una cámara tan particular. Fue un reto —y casi una temeridad— cruzar medio mundo con la “peor” de mis cámaras. (Matizaremos eso de “peor”). Entre trenes, callejones, templos y ciudades imposibles, la X-Half se convirtió en una extensión del bolsillo y de la mirada. Su ligereza me liberó del peso habitual del equipo, y eso cambió mi forma de moverme: disparaba sin plan, sin urgencia, casi por intuición.
Las fotografías surgían entre el bullicio de un mercado, el silencio de una pagoda o la espera de un tren. No buscaba documentar el viaje, sino construir un cuaderno personal. Todo ello tan cercano al gesto analógico que me recordaba los paseos de otras épocas: levantar la cámara, componer y confiar.

El formato vertical y la creatividad
La X-Half obliga a mirar distinto. Su formato vertical no es un capricho: condiciona la mirada y redefine el espacio dentro del encuadre. Las escenas se vuelven más narrativas y exigen del fotógrafo algo más de atención. Esa limitación, lejos de ser un obstáculo, acaba siendo una fuente de creatividad.
Una cámara que acompaña
La X-Half no busca impresionar, sino acompañar. Su sencillez invita a olvidarse de los menús y centrarse en lo que importa: encuadrar y disparar. No tener que pensar en ajustes ni cargar con objetivos pesados me permitió mantenerme en el presente. El disparo es seco, con un leve retardo y sin ráfagas, lo que recuerda a las cámaras de película. El breve sonido del obturador tiene también algo de nostálgico, una cadencia que te hace sentir dentro del acto fotográfico, no frente a una máquina digital.
Su sensor y las simulaciones de película de Fujifilm producen archivos con contrastes suaves, color contenido y un grano digital amable —aunque conviene no abusar—.
No es una herramienta de precisión: es un recordatorio de por qué fotografiamos. Por placer, por curiosidad, por la belleza de lo inesperado.

Una experiencia más humana
Trabajar con archivos directamente de cámara es, en cierto modo, un acto de confianza. Significa aceptar la fotografía tal y como fue capturada, sin la red del retoque ni la tentación del control absoluto.

Esa forma de trabajar me devolvió algo casi olvidado: la emoción de esperar el resultado. La X-Half, con sus limitaciones deliberadas, te obliga a comprometerte con lo que ves. Cada imagen es una pequeña apuesta: ¿será suficiente la luz, el color, el gesto?
Esa renuncia técnica abre una puerta emocional. Uno vuelve a mirar con atención, a pensar antes de disparar, a disfrutar del proceso más que del resultado. Fotografiar con ella no es un ejercicio de purismo, sino de presencia. Es aceptar el azar, dejar espacio a la imperfección y permitir que la imagen respire sin la ansiedad del control digital.
Conclusión
La Fujifilm X-Half no es una cámara para todos, ni pretende serlo. Sus limitaciones pueden parecer defectos para quien busca control, pero ahí reside su encanto. Es una cámara que no exige, sino que sugiere; que no impone, sino que acompaña.
Durante el viaje entendí que su virtud no está en los megapíxeles, sino en la forma en que me hizo volver a mirar: sin prisa, sin expectativas, con curiosidad y aceptación.
Quizá no sea la cámara perfecta, pero sí una pequeña genialidad. Una que nos recuerda que, a veces, la mitad es más que suficiente.
👉🏽 Texto y fotografías: Rodrigo Roher































































Última actualización el 2025-11-21 / Enlaces de afiliados / Imágenes de la API para Afiliados

