Pues... ¡me costó lo mío! Es un lugar muy frecuentado, un punto de encuentro casí místico, por sus espectaculares crepúsculos. Así que era cuestión de plantarse en un punto y esperar a que confluyeran circunstancias favorables. Es una de las cosas que más me atraen de la fotografía: la paciencia del pescador que, en cualquier caso, siempre tiene la recompensa de la placidez y el colorido de las horas doradas al son del Cantábrico.