Durante mi viaje por el estado mexicano de Hidalgo (uno de los más auténticos del país azteca, todavía ajeno al turismo masivo), tuve oportunidad de visitar a un sanador espiritual o chamán que ofrecía sus servicios en una casita a orillas de la carretera próxima a la localidad de Acaxotitlán.
A pesar de ser un país mayoritariamente católico, buena parte de la población mexicana no tiene problema a la hora de dedicar sus devociones religiosas a santos y "divinidades" populares ajenas al santoral canónico, como la Santa Muerte o el "santo" Malverde, dos cultos que han ido ganando adeptos en las últimas décadas, especialmente entre las clases menos favorecidas, e incluso entre el narco.
También abundan sanadores y curanderos, como éste al que tuve la oportunidad de conocer una mañana, y que coincidió que estaba atendiendo a una clienta. El joven sanador recibe a sus pacientes en una pequeña caseta, toscamente decorada con un pequeño altar compuesto por figuras de la Virgen de Guadalupe, Cristo, el arcángel San Miguel y otros santos, y débilmente iluminada por multitud de cirios santificados, los mismos que elabora en la vivienda principal su esposa.
Para llevar a cabo los ritos de sanación, el chamán emplea un cuchillo y hierbas con las que "golpea" a los pacientes, al tiempo que recita letanías y emite sonidos guturales y tose de forma estridente, casi al borde del atragantamiento pues, según dice, el mal que aqueja a sus clientes acaba quedando atrapado en su cuerpo, hasta que consigue expulsarlo…
A pesar de ser un país mayoritariamente católico, buena parte de la población mexicana no tiene problema a la hora de dedicar sus devociones religiosas a santos y "divinidades" populares ajenas al santoral canónico, como la Santa Muerte o el "santo" Malverde, dos cultos que han ido ganando adeptos en las últimas décadas, especialmente entre las clases menos favorecidas, e incluso entre el narco.
También abundan sanadores y curanderos, como éste al que tuve la oportunidad de conocer una mañana, y que coincidió que estaba atendiendo a una clienta. El joven sanador recibe a sus pacientes en una pequeña caseta, toscamente decorada con un pequeño altar compuesto por figuras de la Virgen de Guadalupe, Cristo, el arcángel San Miguel y otros santos, y débilmente iluminada por multitud de cirios santificados, los mismos que elabora en la vivienda principal su esposa.
Para llevar a cabo los ritos de sanación, el chamán emplea un cuchillo y hierbas con las que "golpea" a los pacientes, al tiempo que recita letanías y emite sonidos guturales y tose de forma estridente, casi al borde del atragantamiento pues, según dice, el mal que aqueja a sus clientes acaba quedando atrapado en su cuerpo, hasta que consigue expulsarlo…