Hoy toca compartir una historia que posiblemente ha sido vivida de manera similar por muchos felices propietarios de una cámara de la Serie X100, desde la actual X100VI hasta la X100 primigenia. Tanto el texto como las inspiradoras fotografías son obra de Víctor @eltercero. Podéis ver el hilo original en el de foro de Fujistas y más de las fotos de Víctor en su galería de Flickr.
Cuando viajamos, muchos fotógrafos aficionados desarrollamos un miedo muy curioso: el miedo a «perdernos fotos». Haz la prueba: pregunta en cualquier foro dedicado a la fotografía sobre qué objetivos deberías llevarte para tu próximo viaje. Las respuestas serán variadas, pero la tónica general es que no deberías abandonar tu casa sin cubrir bien la focal 18-200mm, como poco, entre dos o más objetivos. Más uno fijo luminoso, eso es innegociable. Y llévate también el ultra-angular que te compraste de capricho y apenas tocas porque quién sabe si no lo vas a echar de menos justo ahora.
Es una mentalidad muy extendida. Una serie de exigencias auto-impuestas de querer volver de nuestro viaje con un catálogo fotográfico exhaustivo del destino. De fotografiar desde el interior completo de una iglesia pobremente iluminada hasta el ojo de la cigüeña sobrevolando el campanario. De no renunciar a nada.
A mí, esta cámara me ha enseñado muchas cosas, pero la principal es que no hace falta pensar así. Que no voy a poder abarcar todas las situaciones. Que las limitaciones no están en el equipo que llevamos, sino en la mentalidad del que hace la foto. Que me «perderé fotos», y que está bien que sea así.
Durante unas vacaciones en la Aquitania en 2014, mi querida Nikon D90 dejó de funcionar. Al volver, descubrí que el arreglo me salía casi como comprar una de segunda mano. Aprovechando la coyuntura, y buscando también algo más comedido en tamaño, acabé comprando una Fujifilm X100S en 2015. Ha sido mi única cámara digital durante estos 10 años y en ese tiempo me ha acompañado en todo tipo de circunstancias: desde los viajes de vacaciones hasta el paritorio donde nació mi hijo.
No es desde luego la cámara perfecta: el IBIS ni está ni se le espera; la pantalla está tozudamente pegada al cuerpo y lo táctil no va con ella; si le llueve encima se escacharra para siempre; apenas tiene simulaciones de película; maneja unos humildes 16MPX; enfoca a la misma velocidad que un perezoso cruza una carretera; y, además de todo lo anterior, es capaz de sacar unas imágenes fantásticas. Decía Orson Welles que «el enemigo del arte es la ausencia de limitaciones». En mi caso, todas estas limitaciones de la cámara me han ayudado a crecer como fotógrafo.
Con ella he disfrutado además de una paz mental cercana al nirvana. Al irme de viaje, lo último en lo que pensaba era qué objetivos o qué cámaras llevarme: solo tenía una opción. He viajado y he disfrutado mucho pensando menos en qué fotos podría «perder» si no llevaba X objetivos y más en qué fotos podía hacer con lo que tenía. Además, me ha ayudado a esquivar el GAS. Ahora que he comprado una Fujifilm X-T2, ya empiezo a oír la vocecilla de «te falta este objetivo» que no echaba de menos.
Como homenaje a la cámara he elegido diez fotos de entre mis favoritas (aunque si elijo otro día lo mismo salen otras diez). Espero que os gusten.
Isla de Skye, Escocia (2015)
Kyoto, Japón (2015)
Munich, Alemania (2016)
Tokyo, Japón (2019)
El Hierro, España (2021)
Playa de las catedrales, España (2021)
Amalfi, Italia (2022)
Londres, Inglaterra (2022)
Schiltach, Alemania (2023)
Gijón, España (2024)
👉🏽 Tanto el texto como las inspiradoras fotografías son obra de Víctor @eltercero. Podéis ver el hilo original en el de foro de Fujistas y más de las fotos de Víctor en su galería de Flickr.
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Magnífico artículo y fotografias! Y comparto plenamente la filosofia de Victor!